De cómo don Arcipreste sufrió una entrevista

sábado, 3 mayo 1969 0 Por Herrera Casado

 

Publicado en Nueva Alcarria el 3 Mayo 1969

Mírale: duerme. No sabe que miramos su ancestral rubicundez, su golondrineo sutil y columnario. Hay que callar. O no. No hay que callar. Ea, mejor será hacerle despertar. Ya sabe usted, Don Arcipreste, a qué hemos venido: a molestar. Pero nos va a perdonar, es sólo un instante, unos minutos. Después, nos vamos, silencio, callar.

Don Arcipreste está quedo, no sabe en qué pensar. ¿Serán los de la Tele? ¿Los, de la prensa serán? Ha habido que encender una hoguera porque la mañana está fría. Abrieron la puerta grande de Hita, dimos gran voz. Hombre pequeño corrió a nosotros y dijo sus oraciones de tormenta y las jaculatorias de rigor contra diablos. Pasamos. En Hita todas las calles son cuesta arriba. Y ahora, que en el reloj de la plaza Mayor marca la hora de la Edad Media, más todavía. Don Arcipreste desconfía. No quiere hablar.

«Sey franco de palabra, non le digas razón loca». La dueña prepara el manto y la toca. Suenan campanas. Rodrigo murió hace trescientos años. Pero no es por él. Cristo llama, y su voz va brincando por cantos puntiagudos, golpeando puertas y ventanas. Blanco es el mundo, aunque parezca rojo. Por Cañizar un mulo blande su anteojo. La mañana, tan pequeña, esperando la palabra graciosa « ¡Alahé! diz la vieja, amor non sea lacio: quiero yr a desírgelo. ¡Yuy! ¡Cómo me lo engrasio!».

Fernand García, mensajero presto y ligero, viste hoy como los buenos. Pantalón negro y chaleco brillante de franjas verdes y blancas. Tiene una calva y un plumero, y recita madrigales graciosos a las dueñas. «Los compone el Arcipreste, doña». Ni Ovidio los haría mejores. Luego Fernand García llevará el chocolate y los churros a Don Arcipreste. Lee el diario y anota en su libreta las citas para hoy. («A preparar sirenas y verdes telas. La mulilla cargada y bien cargada. Los oros no olvidados. Buena sonrisa. Y dentro de tres días, cuando aclare más entre los altos, a la Sierra»).

«Varones buenos e onrrados, queretnos ya ayudar, a estos ciegos lasrados la vuestra limosna dar». Vienen cogidos de las manos los diecisiete ciegos de pobreza y ceguera oficial que hay en Hita. Cantan los cantos que Don Arcipreste ha compuesto para ellos, para que los del pueblo les socorran y alimenten sus simas irreprochablemente negras. «El que oy nos estrenare con meaja o con pan, déle en quanto comenzare, buena estrena San Julián». Los ciegos van emocionados cantando sus cantares. Pero Hita es una cuesta sucesiva y hay piedras que no avisan. El primero de la cuerda tropieza y cae dando vueltas por la calle. Tres ciegos le siguen. Los cuatro estrellan sus cabezas contra las esquinas de los corrales y la sangre avanza hambrienta hasta la plaza con el rojo más emocionante que se recuerda. Hay gritos y los otros ciegos se alborotan. Huyen, caen, revientan; llaman a San Antón, a San Miguel y a Santa María Magdalena. Al final hay un tapiz diecisiete ciegos muertos. Y sus voces espectrales vuelan por sobre pequeñas matas verdes de romero. «Los vuestros suegros e suegras, los vuestros yernos e nueras, los vivos y los finados de Dios sean perdonados».

Cuando Don Arcipreste ha terminado su chocolate con churros, ha leído las noticias más graves que trae el diario y ha concluido de anotar sus proyectos más inmediatos, nos decidimos a preguntarle:

‑«Por dineros se muda el mundo e su manera». Yo, sin embargo, nunca he cogido una perra… Nunca. Soy eclesiástico. ¡Ah, .sí… ya sé! Me dirá usted que entonces, eso de las dueñas, don Amor, la tía Endrina, Trotaconventos… ya, ya. ¿Y qué quiere usted? Un día lo dije en plan de chiste, y gustó. Luego me pidieron hiciera más… y así salió el Buen Amor por esos mundos. «So la espina yaze la rosa, noble flor, so fea letra yaze saber de grand dotor» dije al principio. Esa es mi única teoría. Hay que decir cosas trascendentes barnizadas del color que gusta al pueblo.

Pero, Don Arcipreste, ¿usted considera poesía lo que en su Libro de Buen Amor ha escrito? ¿Se le puede a usted incluir en la lista de los poetas españoles?

‑Por partes, amigos, por partes. Yo soy poeta porque ¿qué español no lo es? Sin embargo, recogiendo el fondo de su pregunta, le diré que no, que mi libro no es un libro de poesía…

‑ ¡Ah!, ¿no? Pues siempre se ha creído así.

‑No interrumpan, por favor. Digo que no es poesía, y basta. Cuando llueve, las gotas al caer sobre la tierra golpean rítmica, cadenciosamente el charco. Es rima, mas no poesía. Los yunques hacen ruido monótono, igualitario, pegadizo, pero a pesar de su rima, no traslucen alma ni sentimiento. Aplique eso a mi libro. Y téngalo por lo que es: una nonnada para los amigos y amigas de la sierra, de Jadraque, de Guadalajara, de Atienza y de Alcalá, y para los que miran el surco hecho junto al Henares, aburridos, y para los que esperan la noche sentados en una piedra, señores de ovejas y majadas. Para esos son mis palabras. ¡Y no digo más, que me gasto!

A la hora del mediodía sol y migas de pan hacen compañía al viejo del mandil grasiento. Don, Arcipreste, gordinflón y sonriente, fuma niebla y escarcha. Hay es­carabajos en las más agudas cuevas del subsuelo. Mañana será el día bienaventurado en que ganará el caballo por el que hemos apostado. «El dinero quiebra peñas, fyende dura madera». Don Arcipreste ríe rodeando el cónico suspiro de Hita. (Ríe por lo bajo: «Yo vi a muchos monges en sus predicaciones denostar al dinero e a sus tentaciones: en cabo, por dineros otorgan los perdones, asuelven los ayunos e facen oraciones»).

Castilla medieval, Castilla guerrera y bebedora, trajinante y arriera, hidalga y pobre. Azul y ocre cruel, culebra planetaria, dulce miel. Redondas alimañas bajan de las azules sierras. Oro brama y níquel sestea. Hay ardor en los caminos. Don Arcipreste peca y es famoso: «enamoróme la monja e yo enamoréla». Sed y pluviometría cantan cogidos de la mano. El sol retumba su ironía y alguien, bueno se lleva las manos a la cabeza. ¡Castilla medieval y el Arcipreste! … ¡Vaya pandilla de…! “A morir han los omes, que fueron e son nados” ¡Dios perdone la su alma e los nuestros pecados!».