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junio, 1968:

Una idea para el homenaje a Layna

Francisco Layna Serrano (1893-1971) en su juventud

 

Publicado en Nueva Alcarria el 21 junio 1968

La semana pasada era Luzón su pueblo natal, el que públicamente, y bajo la representativa firma de su alcalde, se adhería en éstas páginas al proyectado homenaje al doctor Layna. Antes lo había hecho Alcocer, y continuamente se reciben en la redacción de NUEVA ALCARRIA cartas de los más Variados pueblos de la provincia en las que sus vecinos, manifiestan sus sinceros deseos de rendir el merecido tributo al cronista provincial. A estas muestras se suman las de las más variadas entidades de la provincia: La Diputación, la Delegación de Juventud, el Ayuntamiento de la capital, el Núcleo González de Mendoza incluso algunos procuradores en Cortes por nuestra provincia. Esto me hace pensar que, de verdad, existe un auténtico, un sincero espíritu de rendir al doctor Layna un homenaje de toda la provincia en reconocimiento a su labor incansable de toda la vida.

En mi opinión, con una comida, unos discursos repletos de tópicos y la colocación del nombre de nuestro cronista a una calle o plaza no se paga lo que el doctor Layna ha hecho. Eso no puede convencer a nadie. Las palabras, las comidas y las calles, se las lleva el viento (o las máquinas demoledoras) en un abrir y cerrar de ojos. En mi modesta opinión, y repito lo que ya dije en otra ocasión, la mejor forma de honrar la memoria de un santo, o de un héroe, o de un gran hombre, es imitarle en sus acciones, esforzarse en hacer propias sus virtudes. El mejor homenaje que se puede

Tributar a un escritor es leerle, leer sus obras. Cómo nosotros, los alcarreños por diversas causas (ediciones agotadas de sus libros hace muchos años; cierre ‑ ¿hasta cuándo?‑ de la Biblioteca Provincial etc.) no podemos leer las obras del doctor Layna, no podemos, en ningún momento, tributarle nuestro homenaje, que, a sola lectura de su obra grandiosa, de su ingente obra, brotaría espontáneamente de nosotros.

¿Cómo hacer entonces? ¿Cómo rendir, homenaje de auténtica admiración a don Francisco? Muy sencillo: Volviendo a editar sus obras. Reconozco, que todas no es posible. Más de treinta títulos tiene nuestro cronista provincial en su haber. Pero hay una que considero idónea para llevar a cabo esta misión, tanto por el gran cariño que me consta tiene el doctor Layna hacia ella, como por ser en la que el alma de Guadalajara se representa más fielmente, aparte de que es en ella donde más cantidad de pueblos aparecen representados:   me estoy refiriendo a “La arquitectura románica en la provincia de Guadalajara”, ago­tada desde el mismo año de su aparición, en 1935.

Naturalmente editar un libro cuesta dinero. Hacer una gran edición, una edición masiva, para que llegue a todos los pueblos, a todos los admiradores de nuestro cronista, cuesta bastante dinero. Pero no hay nada imposible. Yo veo, todos estamos viendo, el gran deseo de agradar, de saldar una cuenta, que tienen nuestros pueblos y sus habitantes. Pero temo que esas nobles ansias se pierdan en el vacío. Que, a lo más, se exterioricen en una carta, en unas firmas. Y esto, con ser bastante, dejaría, lo sé, un mirar melancólico y triste en don Francisco. Y esto no ha de ocurrir. El doctor Layna ha de sonreír, en ese día en que se le dé una comida, en ese momento en el que se le entregue su libro, y se le diga: «Aquí tiene usted, don Francisco, una puerta abierta para que por ella entre la admiración, el homenaje auténtico, de todos cuantos la crucen. Una sonrisa de medio punto del doctor Layna bien merece un pequeño (pequeñísimo, pero común, conjuntado) sacrificio económico de nuestra parte, de parte de todos los que le admiramos en nuestra provincia y aun fuera de ella.

La puesta en marcha de esta idea no es, tampoco, demasiado complicada: apertura de una cuestación pública, que la Comisión Organizadora del homenaje se encargaría de transformar en una amplia edición de «La arquitectura románica en Guadalajara», y reparto gratuito de los ejemplares entre aquellos que han contribuido, o bien, con el producto de su venta normal en los comercios, hacer un gran regalo al doctor Layna Serrano.

Esta que he expuesto es una idea particular, y que, si la hago pública, es por considerarla justa, lógica, y de ningún modo imposible de realizar.

Sobre el doctor Gutiérrez de Solórzano

Publicado en Nueva Alcarria, el 14 junio 1968

Aunque está muy extendida la máxima «Polvo eres y en polvo has de convertirte» yo creo que no es exacta del todo, pues no es en polvo en lo que nos convertiremos al morir… sino en papeles. Y digo esto, porque, al querer averiguar sobre la vida del doctor don Gutiérrez de Solórzano, me he dado cuenta de que el único sitio donde una persona sigue estando al cabo de los siglos, es en los papeles. Sea o no sea importante. Haya o no haya realizado grandes hazañas. Todos quedaremos en los papeles al morir. Es una forma más de supervivencia, un resistirse con­tra los elementos.

El doctor Gutiérrez de Solórzano, aunque fue una gran personalidad en su tiempo, no tiene, hoy por hoy, otra vivienda conocida que unos cuantos papelotes viejos: los libros de grados de las Universidades de Sigüenza y Alcalá; los expedientes de prueba de nobleza de su nieto, del caballero santiaguista don. Juan del Castillo, amigo suyo, e incluso un expediente de nobleza de sangre relativo a él mismo; en el archivo de la Real Casa, y en algunos libros médicos y poéticos de su época.

La mayor cantidad de datos acerca de la vida del doctor Gutiérrez de Solórzano, la obtenemos del expediente de pruebas de nobleza de su nieto don Juan Gutiérrez de Solórzano y Castañeda, capitán, natural de Madrid, hechas en 1671 para poder recibir la venera de la Orden de Santiago. Es cosa conocida que para poder obtener un título nobiliario, o conseguir la entrada en una Orden Militar o Civil, había que demostrar en los siglos pasados, limpieza de sangre y ascendencia, sin manchas de morisma, judería o profesiones poco dignas. Así pues, al redactar uno de estos documentos, salían a relucir la vida y milagros de varios ascendientes, del que quería demostrar su nobleza.

De esta manera sabemos que don Juan Gutiérrez nació en Cifuentes. Su partida de nacimiento no se ha encontrado pero se puede supone que nació hacia 1560. Sus padres aran Eugenio Gutiérrez de Solórzano, natural de Solórzano y María del Castillo, natural del Castillo, en la merindad de Transmiera. Ambos eran vecinos de Cifuentes. Según este mismo documento, ya en el año 1609 era don Juan un hidalgo, pues en esta fecha mantuvo pleito con las villas de Madrid y Cifuentes porque no querían reconocerle su hidalguía y los beneficios que ella comportaba. El doctor ganó dos pleitos en este sentido, con lo que su nieto del mismo nombre tenía ya un dato a favor en cuanto a nobleza de sangre.

El doctor Gutiérrez de Solórzano tuvo tres hijos: don Francisco Gutiérrez de Solórzano, que nació en Madrid, llegando a ser ayuda de cámara de Felipe IV. Este era padre del que quería entrar en la orden de Santiago. Tuvo el doctor otras dos hijas: una llamada Francisca, y otra Eugenia. Esta última se casó en Guadalajara con Jerónimo de Urbina Pimentel, y que quizás fuera sobrino del gran poeta alcarreño Luís Gálvez de Montalvo, pues su madre se llamaba Teresa Gálvez de Montalvo. Existe certeza de que el doctor Gutiérrez de Solórzano estuvo casado con la madrileña dolía Luisa de Alvir, que hizo testamento en 1652, pero parece que esta había sido su segunda esposa, ya que un testigo de este documento dice que la primera esposa del doctor fue enterrada en el convento de monjas de la Concepción Jerónima de Madrid, el 4 de noviembre de 1634, y dándose el caso de que el doctor Gutiérrez escogió también esta sepultura. Se sabe que en 1638 vivía enfrente de la parroquia de San Sebastián, pero luego se trasladó a una casa propia en la calle de Carretas. Esto nos lo cuenta don Pedro Calderón de la Barca, que fue amigo del doctor de Cifuentes.

Don Juan Gutiérrez de Solórzano, que vivió la mayor parte de su vida en Madrid, fue uno de los muchos hombres que hicieron realidad el Siglo de Oro español, bajo los reinados de Felipe IIII y Felipe IV. Ese mismo ambiente gentil y literario fue el que impregnó al médico, haciendo de él un doctor humanista, que, sin llegar a destacar demasiado, todo nos hace suponerle dado a las discusiones estilísticas entre culteranos y conceptistas, admirador de la gravedad de Calderón, paseante del Prado, amigo de Velázquez o Zurbarán… Sin grandes aptitudes para la poesía, pero llevado de su amor hacia lo bello, acudió a unas fiestas que se dieron en Cifuentes en honor del Santísimo ‑Sacra­mento, y allí costeó la impresión de un libro, con todas las poesías, recopiladas por Diego Manuel, que se leyeron en aquellas Justas Poéticas. Escasos fueron sus pinitos literarios. Son suyas la aprobación del libro «Historia de Virtudes o Propiedades del Tabaco», de Juan de Castro (Córdoba, 1620) y su Censura al «Discurso sobre el Monte Vesubio» del doctor Fernando Cardoso (Madrid, 1632).

Por lo que respecta a su vida profesional como médico, podemos decir, resumiendo, que en 1581 obtuvo el titulo de Bachiller en Artes por la Universidad de Alcalá. En 1585 obtuvo el mismo título, pero por la Facultad de Medicina de la Universidad de Sigüenza. Posteriormente, en 1587, obtuvo la licenciatura en Artes por la Universidad de Alcalá, y, en esta misma Universidad, se licenció y doctoró en Medicina en diversos ejercicios hechos en los meses de marzo y abril de 1592. Al llegar a Madrid con su flamante título en el bolsillo, acudió a las amistades de su pueblo. El licenciado Blas de Ruy García, protomédico del Rey, natural de Cifuentes, introdujo al joven doctor Gutiérrez de Solórzano en la Corte. Des­de entonces, su carrera fue rápida. El 18 de octubre de 1629 fue nombrado médico de Cámara de S. M. Felipe IV, cargo que juró el 11 de febrero de 1632. 600.000 maravedís al año era lo que cobraban los médicos de Palacio. Por aquellas fechas, los médicos eran muy bien considerados… y mejor pagados. En 1636 consiguió nuestro doctor ser médico de la Suprema Inquisición, mostrando la genealogía y expediente de limpieza de sangre necesarios para obtener este título. Debió morir poco después, hacia los 80 años.

He aquí resumida, en pocas líneas, la vida de otro hijo ilustre de la provincia, en este caso, más concretamente, de Cifuentes, y que creo tiene derecho a ser hoy recordado por todos nosotros.