Teoría de Moratilla

viernes, 12 enero 1968 0 Por Herrera Casado

 

Publicado en Nueva Alcarria 12 enero 1968

En este otoño seco de 1968, los pueblos y las gentes lanzan sus palabras al aire de media tarde, que es el aire más serio y más propicio para la confidencia y el hallazgo de la palabra justa. .

Moratilla de los Meleros, escondido, entre las pardas colinas y las encinas polvorientas en el corazón de la Alcarria, habla consigo mismo. Jamás pasó por aquí el poeta de Castilla, el hermano Machado. Sin embargo, las piedras saben su nombre, y los tordos, y las nubes débiles y amarillentas, porque él los conocía.

Se descubre Moratilla. Tras de los álamos callados y amarillos; al final de la humilde carretera; nos aparece. Elaborar la teoría de Moratilla de los Meleros, aquí, ahora, en este atrio de su iglesia, sobre la alfombra de estas secas hojas, en esta hora de la caída del sol, cuando el sacerdote reza lenta, sosegadamente, la letanía de la Virgen María, y su voz embalsama las casas, los olivos, las gentes, las colinas, sería empresa sumamente fácil. Tan fácil que da vergüenza hacerlo. Las palabras silenciosas, esas palabras que no tienen letras, ni, acento, ni significado alguno (las palabras verdaderas) salen del corazón a borbotones y van cayendo sobre los tejados, prendiéndose en las ramas casi desnudas de los árboles, huyendo entre las aguas del arroyo. Esto ocurre de una manera natural, fisiológica, porque no puede ocurrir de otro modo. Es muy fácil, repito. Las casas, blanquísimas, recién encaladas; la portada románica de la iglesia; las parras repletas de jugo; los petirrojos todos de los sotos protestarían. Y con razón. Por eso renuncio definitivamente a elaborar la teoría de Moratilla de los Meleros. Porque hay cosas tan hermosas, tan altas y profundas a un tiempo, que se cantan a sí mismas, sin ayudas de un aficionado cualquiera.

Pero hay algo que flota en este instante, y que no puedo dejar de consignar. Es el hecho que acaece en el último rincón del mundo, en el rincón en que nadie piensa.

Y es justo (más aún, es necesario) que todos lo sepan. Conocer Guadalajara, Moratilla, la Alcarria o lo que quiera que sea, no es ver paisajes, oler olores, escuchar canciones lejanas, no. Es ver esto: un pastor sentado en una piedra, mirando el atardecer pálido, impalpable, irrecuperable para los siglos Un pastor, un hombre ínfimo (que quiere decir un hombre enorme) contemplar las nubes tenues y rasgadas, amasijo de azul, amarilla y violeta, sobre el horizonte. Tiene un rebaño de ovejas y de cabras. Ambas se ignoran. Las cabras se alzan sobre sus patas traseras para comer las hojas más altas de los arbustos. Se oye el ir y venir de mil pequeñas campanas vivientes y doradas. La Alcarria entera es un océano y un desierto. Toda ella, jaras y prados, encinares y colinas, late en este instante concentrada aquí, en la frente y los ojos de un pastor que mira. No sé si hace algo más. Si piensa, si sufre, si planea, si se arrepiente de algo, si busca la explicación de algún hecho físico, químico o biológico. No sé nada. Sólo consigno lo que veo.

Hace unos días, Kawabata, el gran novelista japonés, consigue el Premio Nóbel de Literatura. Los personajes que aparecen en las novelas de Kawabata parecen haber venido al mundo para hacer alguna de estas cosas exclusivamente: meditar, escribir versos, contemplar la Naturaleza, pasear, tomar el té o cuidar flores. Por eso hay quien dice que las novelas de Kawabata son demasiado «irreales». Que «no valen». Decir eso, sería lo mismo que decir que «no vale» lo que en estos momentos está haciendo este pastor de Moratilla de los Meleros. Y nada más lejos de la verdad. Porque igual que él, mañana contemplará el atardecer Masato, un pastor de la lejana isla de Hondo, que ama a sus cabras, a sus ovejas, y a las nubes blancas, amarillas y violetas que se pintan en el atardecer sobre el horizonte del Japón. Y esto no es una coincidencia.

No quiero abusar de todas estas cosas para completar la teoría de Moratilla. Pero este pastor, que sentado en una piedra, encorva­do, mira tranquilamente la atardecida de otoño, es el fundamento de dicha teoría. El, y sus ovejas, y las mil campanas doradas que vuelan, y los olivos, y las colinas. El es la Alcarria. Y la Alcarria es esto. Y el que un pastor japonés haga esto mismo mañana, en la isla de Hondo, no es una coincidencia. ES, simplemente, y aunque haya quien se irrite por esta teoría, que los hombres vienen al mundo para contemplar atardeceres. Así de sencillo es todo.