En el Quinto Centenario de Juan Guas

viernes, 27 diciembre 1996 0 Por Herrera Casado

 

Todo año tiene su centenario, podría decirse en esta tierra en la que tantas evocaciones históricas nos reservan su acristalada y frágil mirada desde las esquinas de la ciudad vieja. En este año que va ya en declive, se cumple una importante efemérides, que para la ciudad de Guadalajara singularmente, y sobre todo para lo que el mundo de los Mendoza supone en la evocación alcarreña, es realmente importante. Hace cinco siglos que murió Juan Guas, uno de los artistas (arquitectos) más señalados de Castilla, del reino de Toledo, y de Guadalajara en particular, durante el siglo XV. Juan Guas fue quien proyectó y dirigió las obras del palacio de los duques del Infantado. Nada menos. Y su rango, su categoría de «pontifice máximus», de «grand maçon» de la arquitectura castellana del reinado de los Reyes Católicos, quedó subrayado con la construcción de edificios tan notables como el monasterio de San Juan de los Reyes en Toledo, la Hospedería de Guadalupe, el castillo del Real de Manzanares y el trascoro de la catedral toledana. Maestro mayor de las obras de los Reyes Católicos, de los arzobispos de Toledo y de la corte de los Mendoza, ni qué decir tiene que le ponían en la más alta magistratura de los artífices arquitectónicos.

Guas, un inmigrado en Castilla

No era castellano de nacimiento Juan Guas. Nació en un pueblecito de la Bretaña, en Saint Pol de León, hacia 1430. Su padre, Pedro Guas, era cantero, y atraído por la fama de grandes señores, de riqueza opulenta y magnanimidad de los arzobispos primados de España y de la corte castellana, se vino con muchos otros colegas a vivir y trabajar en la ciudad del Tajo. Nuestro artista vino con ellos, todavía niño. Y aquí entre nosotros adquirió conocimientos, desarrolló su arte, y se integró de tal modo en la vida del país, que hoy puede catalogarse a Juan Guas, sin duda alguna, de máximo artista castellano de la segunda mitad del siglo XV.

Su peripecia vital es simple: en el seno de una familia y de un grupo muy amplio de canteros, tracistas, tallistas y maestros oriundos de Bretaña, de Borgoña y Centroeuropa, muy posiblemente enmarcado en una gran logia de «maçones» o constructores que siempre mantuvieron férrea cohesión y mutua ayuda, fue empleado al principio en labores menores en la catedral toledana, junto a su padre, al abrigo de las enseñanzas del entonces indiscutible Hanequin de Bruselas. Era el comedio del siglo XV. Después, hacia 1470, es nombrado supervisor y aun director de las obras de la catedral de Ávila, pasando con similar cargo a Segovia, donde ya recibe encargos, además de los cabildos respectivos, de los grandes señores de la alta nobleza castellana: para el gran maestre de Santiago, Juan Pacheco, traza la capilla mayor y detalles del monasterio segoviano del Parral. Para el duque de Alba, proyecta y dirige la fachada de su hoy desaparecido palacio en Alba de Tormes. Para los Mendoza, ya lo hemos visto, desarrolla el castillo del Real de Manzanares y el palacio del duque del Infantado en Guadalajara. Y para los Reyes Isabel y Fernando, que desde el primer momento de su reinado ven en Guas el «artefacto» de sus ideas políticas plasmadas en formas y en piedras, hace primero la Hospedería de Guadalupe, el lugar más agradable del mundo como lo calificó la Reina Católica, y finalmente el hermoso monasterio de San Juan de los Reyes, en Toledo, la obra que también para Guas fue preferida sobre todas las otras.

Guas se casó, en 1459, con Marina Alvarez, natural de Torrijos. Su vida transcurrió, a pesar de los viajes continuos, siempre en Toledo. Allí testó en octubre de 1490, cuando se vio por primera vez enfermo. Allí compró una capilla en la iglesia de San Justo. Y allí murió y fue enterrado, en un día indeterminado de los meses de enero, febrero o marzo de 1496. Aunque para los alcarreños es todo un símbolo Juan Guas, para los toledanos, indudablemente, lo es mucho más: toda una gloria de su historia, de su arte, de su patrimonio cultural. Por cierto, y una vez más me tengo que hacer la pregunta, como hace dos años la hiciera al respecto del Cardenal Mendoza: ¿ha considerado la Junta de Comunidades, su Consejería de Cultura, rendir el homenaje público que cabe con justeza a la figura del «toledano» Juan Guas?

La obra de Guas en Guadalajara

Si Guas tiene una importancia suma para Guadalajara es por haber procedido, hacia 1480 o poco más, a la realización del proyecto y planos del palacio que don Iñigo López de Mendoza, segundo duque del Infantado, le pidió al objeto de derribar las viejas y caducas casonas de sus antepasados, en la parroquia de Santiago, junto a la vieja iglesia mudéjar del mismo nombre, y levantar unas nuevas «casas mayores» que cuadraran con su emergente fortuna. Comenzadas a construir hacia 1483, diez años después estaba concluido todo el aspecto estructural, y aun el decorativo sobre piedra. Hasta 1496 fueron poniéndose los artesonados, la galería de poniente y otros detalles que vinieron a dejar rematada, en perfecto «orden de ocupación», esta maravilla de la arquitectura gótica, de la que, por tanto, en este año se cumplen realmente los cinco siglos de su acabamiento, al mismo tiempo que los de la muerte de su artífice.

¿Qué aporta de nuevo a la arquitectura española este palacio? En la planta, nada. Se trata de un edificio cuadrangular, con patio central de dos pisos, en torno al que surgen las habitaciones. En general, el planteamiento inicial debió ser hecho con muros exteriores muy herméticos, por lo que respondería a cierta estructura castillera, medieval, quizás heredada directamente del anterior palacio o «casas mayores» mendocinas en las que habitaron los abuelos del duque constructor, y que sería una cerrada construcción con torres esquineras. Ciertos detalles del actual palacio nos dan esos parámetros medievales aún vivos: a) muros fuertes, altos, cerrados, con patio central que da acceso a todas las habitaciones. b) ingreso lateralizado sobre la fachada principal, y acceso al interior mediante circuito en zig-zag, no coincidiendo la puerta con el tiro de escalera. c) no posee torres angulares, como las que dispondría el anterior palacio, incluso como las que años más tarde todavía luciría otro palaciocastillo como el de Pastrana.

Pero tiene algunas novedades respecto a todo lo anterior medieval. Los paramentos bajos cerrados, y los medios con ventanas pequeñas, veían abrirse totalmente sus muros en la parte más alta, con espectacular galería de abiertos arcos conopiales.

Uno de los elementos más característicos de este palacio, y en general de la arquitectura guasiana, es la decoración del muro de fachada. Se cubre esta de cabezas de clavos, al modo que en el castillo de Manzanares había dispuesto hacerlo con medias bolas. La disposición de estos elementos es lo más original. Están colocados en el centro de los espacios que dejan una red de rombos, dentro de una tradición plenamente árabe. Además de en el castillo de Manzanares, obra del propio Guas, se ve esa distribución en el palacio de Javalquinto en Baeza, donde las cabezas de clavo alternan con florones, y en la portada del palacio de los duques de Marchena, hoy en el alcázar de Sevilla. En forma de venera, ya más avanzado el siglo XVI, pero también con la referida disposición en «sebka» árabe, se ve esta estructura ornamental en la casa de las Conchas de Salamanca y en la fachada de la iglesia de San Marcos de León.

Otra de las novedades que aparecen en el palacio del Infantado, con raíz de estructura mudéjar pero decoración gotizantes, es la portada. Sigue el tipo toledano, con arco apuntado, dintel, y soportes a los lados, ofreciendo en la rosca una gran inscripción en letras góticas de estilo alemán.

Finalmente, en la fachada del palacio del Infantado surge otra importante novedad dentro de la arquitectura castellana del fin de la Edad Media. Es la galería alta. Parece imitar un arrocabe, esa cenefa de la parte más alta de un muro sobre la que apoya directamente el artesonado. Su función era de la de servir de puesto de observación para actos públicos, corridas de toros, etc. En ella se funden con gran viveza lo nórdico flamenco y lo meridional mudéjar. Esa gran cornisa volada sobre tres filas de mocárabes tenía a su vez, como remate, una amplia serie de elevados florones que desaparecieron en la reforma del siglo XVI, lo mismo que las ventanas pequeñas del segundo nivel, sustituidas por feos balcones clasicistas, en la época del quinto duque.

El patio, llamado «de los Leones» por la decoración que imprime fuerza e imagen a sus muros, se hizo indudablemente para ejercer funciones de salón. Eso sí: descubierto, y con los muros ampliamente perforados. De arcos conopiales, dobles y mixtilíneos, en la mejor tradición mudéjar, por su rosca corre, a todo lo largo de la estancia, una cinta que con caracteres góticos presenta una frase u oración civil, muy al estilo de las que los árabes ponían en sus mezquitas y palacios en honor de Alá: «Vanitas vanitatum et omnia vanitas».

Datos todos que nos centran en la mejor obra que Juan Guas dejó entre nosotros. Y que por ello nos obliga, en este momento en que festejamos su Quinto Centenario, el de su muerte, a recordar su figura y su obra, aquí, en Guadalajara